lunes, 17 de enero de 2011

El gato





No se porqué razón aquella tarde otoñal me fui al parque; supongo que necesitaba reencontrame con tu viejo fantasma perdido en la nada, un fantasma que hacía años me había dejado atrás, junto con todos esos columpios rotos y todas aquellas tardes de niebla, pero al que yo nunca había podido olvidar.

Estaba cerrado, como era de esperar, pero encontré sin tardanza las rejas separadas por las que tantísimas veces nos habíamos colado y sonreí al comprovar que a pesar del tiempo, mi pequeño cuerpo seguía atravesandolas sin esfuerzo alguno.

Evidentemente ese parque llevaba años sin vida pero la ciudad entera tenía un sentimiento de culpa extraño y nadie era capaz de demolerlo para poner un centro comercial. Al mismo tiempo no eran capaces de reabrirlo, pensando que así la memoria de los muertos permanecería intacta y todo lo que ocurrió aquella fatídica tarde del 20 de Septiembre de 2022 pasaría inadvertido ante los árboles que aun llamaban a los niños a jugar en los balancines.

Traspasé los pinos y dejé atrás el orrio que tantas veces habíamos imaginado como nuestra casa; mi sonrisa se había esfumado por completo y sólo mis ojos buscaban con desesperación el lugar donde tantos años antes había visto como te morias sin poder hacer nada, entre lágrimas de niña olvidadas por la madurez. Vieja, me hago muy vieja...

Saqué mi violín. Ahora mis dedos ya no tocaban como antes, las articulaciones tenían una vida de experiencia y dolían pero aun recordaba de memoria aquel tema que compusimos juntos para un instrumento que el mundo moderno creía muerto.

Las notas comenzaron a danzar mágicas sin temor a nada. Gritaban tu nombre igual que mis lágrimas, a pesar de saber que no responderías. Hice mi particular invocación a tu alma que nunca volvería, pero pese a ello tenía la esperanza de visualizarla tras cualquiera de los árboles.

Terminé la canción y me senté en el columpio donde te gustaba balancearte y observé el cielo. El atardecer con sus esponjosas y moradas nubes iba a dar la bienvenida a una merecida noche estrellada y sonreí una vez más; ¡Cuanto te gustaban las estrellas!

Pasé largo rato sola, hasta que un gato apareció entre los arbustos. Parecía complacido por mi presencia. También era viejo, cascado e irónico tanto al mirar como al caminar, pero su pose elegante seguía despidiendo un aura metálica y pragmática. No importaba que tuviese una o dos calvas en su brillante pelaje, "debió de ser muy hermoso, ya que aún lo es" -dije para mis adentros. 



Me levanté y cogí el violín, guardándolo con sumo cuidado en su caja mientras el misterioso animal me observaba entre las sombras sin hacer nada de ruido.

Salí del parque y he de aquí que el gato me siguió calle a calle hasta llegar al portal de mi casa. Al verlo plantado ahí, mirándome mientras abría la puerta con sus grandotes ojos amarillos, decidí llamarlo “Juno” como tú solías llamarme, y al ver como respondía por ese nombre introduciéndose en el portal, brotaron nuevamente las mismas sensaciones que la primera vez que me sonreíste.

Mi madre nunca me dejó tener mascotas y decidí no tenerlas hasta hoy, es un secreto, no se lo digas o nos castigará a los dos. 

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