sábado, 15 de enero de 2011

El valor





"No entiendo que fue lo que ocurrió exactamente, solo se que mi Madre está muerta, que mi Padre está amordazado a los pies de la cama y ahora miro su cabello rubio cayendo por el borde izquierdo de la cama mientras sus ojos huecos parecen gritar mi nombre en silencio, sigue siendo hermosa, a pesar de la sangre.

El bebe no está en la cuna, no quiero imagina que han hecho con mi hermano.

El varón de la familia... que orgulloso se puso mi Padre cuando lo tomó en brazos, deseoso de que perpetuara su estirpe guerrera. Yo no puedo, yo solo estoy a la espera de encontrar un marido que me proteja y al que ofrecerle la dote que me corresponde. ¡AL INFIERNO!

Todo se ha desmoronado en cuestión de poco tiempo. Cuando esos guerreros atacaron el campamento, mis padres me ocultaron temerosos de que me hicieran esclava. A mi Madre no le dio tiempo, a mi Padre tampoco...

Ahora empuño la espada de guerra que él cuidaba con tanto mimo y me la ato al cinturón. Se luchar, claro que sé. Aprendí mientras mi Padre enseñaba a los chicos del pueblo. Tomo mi arco y mis flechas envenenadas, mi lanza y las últimas joyas que mi madre mantenía bien ocultas. Estoy lista. Voy a reunir tantos guerreros encuentre en mi camino, no será tan imposible como nuestros mayores nos lo pronosticaron. No para mí, no creo en ellos, solo en los Dioses.

Voy a demostrar a esos ilustres guerreros cuantas cabezas soy capaz de cortar. Su cráneo se abrirá como una calabaza cuando clave mi puño en su frente.

Me beberé la sangre de sus hombres y me bañaré en la de sus mujeres y niños. No habrá piedad para nadie, dado que desconocen el significado de esa palabra.

Prepárate, pueblo de Roma. No conozco a tus dioses, no conozco a tus gentes ni tus raíces, pero conozco de primera mano tu crueldad y tu egoísmo, tus ansias de poder...

Eso me dará la Victoria..."

Njördre patió hacia el Este, sola, en busca de su merecida venganza y los Dioses serán testigos mudos de su triunfo cuando corte la cabeza del centurión de la Legión encargada de masacrar a su gente delante de sus propias narices sin que pudieran hacer nada y obligados a retroceder debido al ejercito que una sola mujer había sido capaz de formar.

El dolor infunde todo el valor que en un cuerpo humano cabe esperar, y nadie mejor que yo, descendiente de Njördre sabe de lo que estoy hablando.

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