viernes, 10 de febrero de 2012

Touchez!






-Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
-No; no es a ti.

-Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
No puedo amarte.
-¡Oh, ven; ven tú!

Tras escribir los versos, el melancólico poeta apoya la frente sobre el brazo izquierdo y le llora a su existencia. No existe el ser amado, para el no, y poco a poco se queda dormido con tristes pensamientos atormentándole. El sueño es turbio, pero no se despierta hasta que cae de la silla.

Se levanta tambaleándose completamente desorientado y se acerca a la ventana. La lluvia empapa las calles oscuras por donde ni un carruaje perdido se atreve a pasar. 

-" Que nadie moleste la tranquilidad de mi amada, la noche..."- piensa con una deliciosa sonrisa en sus labios. 

De pronto, entre la oscuridad y el tenue brillo de las farolas divisa algo, pero no esta seguro de lo que es hasta que se mueve. Una dama; una preciosa joven en medio de la noche con el vestido empapado, al igual que su cabello. La distingue con claridad en cuento ella se aproxima a una de las farolas.

Sin pensarlo dos veces, toma su levita y sale en busca de tan graciosa mujer para poder darle cobijo durante una noche al menos en caso de que lo precisara...

A medida que se acerca a ella reduce la velocidad, no quiere asustarla, pero la joven no levanta la cabeza para mirarle. El se queda estupefacto al darse cuenta del crucial detalle.

- Dios mio, si eres una niña... - su rostro se tornó blanco, por un momento había pensado en besarla mientras se acercaba, en calmar cualquiera que fuera su dolor entre sus brazos; pero era demasiado tierna, demasiado pura, demasiado temprana... realmente celestial. Una jovencita, unos catorce años calcula. Su imagen es digna del mejor retratista y su cuerpo, aunque deliciosamente torneado en gráciles formas, se le antoja delicado, tan delicado como el mejor cristal, ese que en manos torpes como las suyas acabaría resquebrajándose y desapareciendo. 

La mira estupefacto unos segundos. Pasa su capa alrededor de los hombros de la chica y ella sigue sin mirarlo. Camina a su lado, en silencio, empapada en un llanto fantasmal del que Alonso se ve incapaz de sacarla. Las lágrimas corren fugazmente por el rostro de la princesa de la noche, un vano fantasma de luz, como la niña de su poema.

La mete en su casa y la coloca junto a la chimenea para que pueda secarse.

- No tengo ropa para ofreceros, así que mejor es que os quedes junto al fuego para secaros rápido y sin que el calor huya de vos.

La joven se pone en pie y deja caer la capa y acto seguido el vestido completo. Su piel es blanca y su cabello completamente negro. El pobre poeta se escandaliza interiormente, pero no por la desnudez de la joven, la cual le produce un gran rubor, sino por la belleza infinita que durante unos segundos pudo contemplar, antes de bajar la vista.

- Vestios señorita, os lo suplico.

- No habeis de suplicar nada, es mi deseo que por esta noche sea mi cuerpo la base de vuestra inspiracion, o por lo menos lo recordeis en adelante.

Su voz es aterciopelada y triste, infinitamente triste.

El se vuelve hacia la ventana, incrédulo de lo que esta sucediendo en esa extraña noche.

Ella, sin emitir sonido alguno, pasa sus delicados brazos alrededor del tronco del poeta y le abraza por sorpresa. El silencio llena la habitación y el suplica que esto no sea verdad, que el amor no pueda regresar para atormentar su corazón...pero es tarde. Se ha entregado a los brazos del amor ciegamente, dándose cuenta de que podría ser el padre de la joven, pero ella, indolente y fresca, no le ha dejado elección posible.


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